jueves, 25 de marzo de 2010

A contrapié

Aquella cerveza llevaba demasiados días enfriándose en el frigorífico. El café, sin embargo, había quedado por calentar en el microondas. Aquella mañana el cielo parecía contradictorio: un rayo de sol consiguió desafiar a las nubes y zafarse de una persiana que, como todo en esa casa, parecía a medio arreglar.

Lo que si funcionaba, a pesar de todo, era la cabeza de una Ana que se sentía calmada pero confusa, cansada pero activa, en definitiva despierta. Primero intentó moverse, pero encontró la almohada demasiado baja y el colchón demasiado duro, no menos blando que las 4 horas que acababa de pasar sin dormir.

Ana había soñado, pero ya estaba despierta, había llorado, pero ahora creía que lo mejor era reír. Había dibujado caras sonrientes, con o sin dientes que mostrar; pero ahora la libreta que estaba al lado del teléfono en el escritorio tenía una palabra que cubría todo: Contrapié.

Sí, contrapié, palabra que una y otra vez la perseguía, la agotaba, la entristecía, la alegraba y en la que siempre había creído encontrar el sentido a su vida. Quizá todo empezó el día en que su profesora le dijo que hacía al revés la letra P que ahora parecía grabada en la libreta como una puñalada, o cuando se dio cuenta de que cada viernes que se maquillaba por las noches acababa por corrérsele el rímel.

A contrapié… como siempre, la llamada le pilló en la ducha. Quería haberse secado, pero la sonrisa que se entreveía en el vaho del espejo y se reflejaba en su alma no la dejó, así que mojada y con una toalla envolviendo sus rizos, se sentó en la cama.
De hecho, el edredón aún estaba húmedo (es cierto que sus lágrimas habían ayudado) cuando colgó, percatándose de que, normalmente, antes de meterse en la cama, se ponía pijama.

Y sin pijama, descolgó el teléfono. Una voz demasiado conocida contestó: Hola, soy Alejandro ¿todo bien? La sonrisa de Ana se hizo aún más grande, tapando con una ilusión sorda cualquier lamento interno que pudiera haberse parado a escuchar si se hubiera dado cuenta del tono de la voz con el que había tratado de cargar su frase Alejandro.

-Sí, verás, no te lo vas a creer…esta noche he vuelto a soñar con… Alejandro la interrumpió. Poco le importaba ya si había soñado con un submarino o si la palabra que Ana iba a susurrar a continuación era “contigo”.

-Escucha, tengo algo que decirte, me siento confuso, extraño, diferente...A Ana la actitud de Alejandro no le sorprendió, siempre acababa por tapar sus ilusiones, por perfilar de negro su presente, haciéndolo limitado y dejando a un lado las esperanzas de futuro.

(Continuará)