Empujar un carro de la compra y observar que tiene una rueda rota. Parar, dar la vuelta para volver a tener cincuenta céntimos en el bolsillo y escoger una cesta, en la que caben menos cosas…
Mierda de rueda y mierda de calderilla en el pantalón.
martes, 14 de septiembre de 2010
sábado, 4 de septiembre de 2010
Como cuando te despiertas de un sueño demasiado real, no sé si me entiendes (A contrapié II)
Había olvidado cerrar del todo la persiana y ahora se arrepentía. Cogió el móvil con la convicción de que, como siempre, estaría en la mesilla de noche, pero sus dedos aún dormidos se fueron unos centímetros a la derecha del teléfono y al acercarse de nuevo a su cara dejaron caer una lluvia de monedas que acabó por despertarle.
Miró a su alrededor y quiso sonreír, pero un bostezo separó sus labios cuando lo intentó. Tampoco recordaba muy bien la causa que le había llevado a sentirse tan feliz cuando había dormido tan poco. Había soñado otra noche con aquel río donde siempre terminaba por caer de repente, pero sabía que lo absurdo de aquel sueño no tenía nada que ver con su estado de ánimo esa mañana.
Se giró en la cama, y también le dio la vuelta a la almohada para que estuviera más fría y menos húmeda, y tras dos minutos en los que sucesivamente, había visto pestañas con rimmel, un sofá, un globo volando y un gin tonic desparramándose por unas baldosas rojas mientras alguien reía, suspiró y asociando sensaciones y recuerdos cayó en la cuenta de que su subconsciente, agitadamente, le había despertado varias veces durante la noche.
Y de que, cómo no, probablemente había vuelto a verla tumbada a su lado, contándole nosequé sobre un castillo hinchable y un collarín, dejando entre abrazo y abrazo, entre broma y broma, otros temas secundarios como el sabor de un batido de leche merengada o la manera más correcta de hinchar un globo de agua.
Ahora no sabía si avergonzarse porque había vuelto a pensar en ella o por si alguien le había escuchado hablarle en sueños a una almohada. Obvio lo segundo y volvió a darse cuenta de que estaba aún ahí, y de que seguía rigiendo su vida desde la distancia y los recuerdos, ahora tristemente adulterados por los gritos lejanos, dominaban todo lo que hacía.
Se había despertado ya del todo y en ese momento en él algo había vuelto a desperezarse y a querer salir. Decidió esquivar a sus amigos que dormían la mona en el frío suelo de su cocina y buscó el helado de leche merengada en el congelador, sin éxito, y más tarde arrancó una hoja de su vieja agenda de teléfono.
Decidió marcar.
-Hola, soy Alejandro ¿todo bien?
(espero continuarla)
Miró a su alrededor y quiso sonreír, pero un bostezo separó sus labios cuando lo intentó. Tampoco recordaba muy bien la causa que le había llevado a sentirse tan feliz cuando había dormido tan poco. Había soñado otra noche con aquel río donde siempre terminaba por caer de repente, pero sabía que lo absurdo de aquel sueño no tenía nada que ver con su estado de ánimo esa mañana.
Se giró en la cama, y también le dio la vuelta a la almohada para que estuviera más fría y menos húmeda, y tras dos minutos en los que sucesivamente, había visto pestañas con rimmel, un sofá, un globo volando y un gin tonic desparramándose por unas baldosas rojas mientras alguien reía, suspiró y asociando sensaciones y recuerdos cayó en la cuenta de que su subconsciente, agitadamente, le había despertado varias veces durante la noche.
Y de que, cómo no, probablemente había vuelto a verla tumbada a su lado, contándole nosequé sobre un castillo hinchable y un collarín, dejando entre abrazo y abrazo, entre broma y broma, otros temas secundarios como el sabor de un batido de leche merengada o la manera más correcta de hinchar un globo de agua.
Ahora no sabía si avergonzarse porque había vuelto a pensar en ella o por si alguien le había escuchado hablarle en sueños a una almohada. Obvio lo segundo y volvió a darse cuenta de que estaba aún ahí, y de que seguía rigiendo su vida desde la distancia y los recuerdos, ahora tristemente adulterados por los gritos lejanos, dominaban todo lo que hacía.
Se había despertado ya del todo y en ese momento en él algo había vuelto a desperezarse y a querer salir. Decidió esquivar a sus amigos que dormían la mona en el frío suelo de su cocina y buscó el helado de leche merengada en el congelador, sin éxito, y más tarde arrancó una hoja de su vieja agenda de teléfono.
Decidió marcar.
-Hola, soy Alejandro ¿todo bien?
(espero continuarla)
Círculos, vueltas, espirales, equilibrios en un bordillo
El ayer es historia para mí, pero Historia con mayúscula, ese tipo de sucesos, supongo que explicables al fin o al cabo, que se te hacen irrepetibles y sobre los que, también en teoría, se construyen cosas que crees con fundamento. Recuerdos que al fin y al cabo, son ya sugestiones y, aunque lo intentes, están demasiado presentes en cada paso titubeante que intenta apoyarse en un suelo que crees firme.
jueves, 25 de marzo de 2010
A contrapié
Aquella cerveza llevaba demasiados días enfriándose en el frigorífico. El café, sin embargo, había quedado por calentar en el microondas. Aquella mañana el cielo parecía contradictorio: un rayo de sol consiguió desafiar a las nubes y zafarse de una persiana que, como todo en esa casa, parecía a medio arreglar.
Lo que si funcionaba, a pesar de todo, era la cabeza de una Ana que se sentía calmada pero confusa, cansada pero activa, en definitiva despierta. Primero intentó moverse, pero encontró la almohada demasiado baja y el colchón demasiado duro, no menos blando que las 4 horas que acababa de pasar sin dormir.
Ana había soñado, pero ya estaba despierta, había llorado, pero ahora creía que lo mejor era reír. Había dibujado caras sonrientes, con o sin dientes que mostrar; pero ahora la libreta que estaba al lado del teléfono en el escritorio tenía una palabra que cubría todo: Contrapié.
Sí, contrapié, palabra que una y otra vez la perseguía, la agotaba, la entristecía, la alegraba y en la que siempre había creído encontrar el sentido a su vida. Quizá todo empezó el día en que su profesora le dijo que hacía al revés la letra P que ahora parecía grabada en la libreta como una puñalada, o cuando se dio cuenta de que cada viernes que se maquillaba por las noches acababa por corrérsele el rímel.
A contrapié… como siempre, la llamada le pilló en la ducha. Quería haberse secado, pero la sonrisa que se entreveía en el vaho del espejo y se reflejaba en su alma no la dejó, así que mojada y con una toalla envolviendo sus rizos, se sentó en la cama.
De hecho, el edredón aún estaba húmedo (es cierto que sus lágrimas habían ayudado) cuando colgó, percatándose de que, normalmente, antes de meterse en la cama, se ponía pijama.
Y sin pijama, descolgó el teléfono. Una voz demasiado conocida contestó: Hola, soy Alejandro ¿todo bien? La sonrisa de Ana se hizo aún más grande, tapando con una ilusión sorda cualquier lamento interno que pudiera haberse parado a escuchar si se hubiera dado cuenta del tono de la voz con el que había tratado de cargar su frase Alejandro.
-Sí, verás, no te lo vas a creer…esta noche he vuelto a soñar con… Alejandro la interrumpió. Poco le importaba ya si había soñado con un submarino o si la palabra que Ana iba a susurrar a continuación era “contigo”.
-Escucha, tengo algo que decirte, me siento confuso, extraño, diferente...A Ana la actitud de Alejandro no le sorprendió, siempre acababa por tapar sus ilusiones, por perfilar de negro su presente, haciéndolo limitado y dejando a un lado las esperanzas de futuro.
(Continuará)
Lo que si funcionaba, a pesar de todo, era la cabeza de una Ana que se sentía calmada pero confusa, cansada pero activa, en definitiva despierta. Primero intentó moverse, pero encontró la almohada demasiado baja y el colchón demasiado duro, no menos blando que las 4 horas que acababa de pasar sin dormir.
Ana había soñado, pero ya estaba despierta, había llorado, pero ahora creía que lo mejor era reír. Había dibujado caras sonrientes, con o sin dientes que mostrar; pero ahora la libreta que estaba al lado del teléfono en el escritorio tenía una palabra que cubría todo: Contrapié.
Sí, contrapié, palabra que una y otra vez la perseguía, la agotaba, la entristecía, la alegraba y en la que siempre había creído encontrar el sentido a su vida. Quizá todo empezó el día en que su profesora le dijo que hacía al revés la letra P que ahora parecía grabada en la libreta como una puñalada, o cuando se dio cuenta de que cada viernes que se maquillaba por las noches acababa por corrérsele el rímel.
A contrapié… como siempre, la llamada le pilló en la ducha. Quería haberse secado, pero la sonrisa que se entreveía en el vaho del espejo y se reflejaba en su alma no la dejó, así que mojada y con una toalla envolviendo sus rizos, se sentó en la cama.
De hecho, el edredón aún estaba húmedo (es cierto que sus lágrimas habían ayudado) cuando colgó, percatándose de que, normalmente, antes de meterse en la cama, se ponía pijama.
Y sin pijama, descolgó el teléfono. Una voz demasiado conocida contestó: Hola, soy Alejandro ¿todo bien? La sonrisa de Ana se hizo aún más grande, tapando con una ilusión sorda cualquier lamento interno que pudiera haberse parado a escuchar si se hubiera dado cuenta del tono de la voz con el que había tratado de cargar su frase Alejandro.
-Sí, verás, no te lo vas a creer…esta noche he vuelto a soñar con… Alejandro la interrumpió. Poco le importaba ya si había soñado con un submarino o si la palabra que Ana iba a susurrar a continuación era “contigo”.
-Escucha, tengo algo que decirte, me siento confuso, extraño, diferente...A Ana la actitud de Alejandro no le sorprendió, siempre acababa por tapar sus ilusiones, por perfilar de negro su presente, haciéndolo limitado y dejando a un lado las esperanzas de futuro.
(Continuará)
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